lunes, 2 de septiembre de 2013

La imagen del maestro y su distorsión televisiva

Fabricante de consentimiento

En la época colonial, el patrono del gremio de maestros de primeras letras era el mártir san Casiano, quien murió torturado por las plumas de sus pequeños alumnos. Desde aquella época y hasta bien entrado el siglo XIX, para decirlo grosso modo y sin matices, tanto los poderes públicos como la iglesia y las propias familias vieron en el maestro al catequista idóneo, capaz de conciliar la educación religiosa y civil de la que surgirían los buenos fieles y súbditos/ciudadanos. Dicha imagen no fue seriamente cuestionada sino hasta que se concretaron las transformaciones educativas que impulsaron las leyes republicanas de 1867. Desde entonces se le exigió al maestro ser portavoz de un proyecto cultural laico. Por su parte, la revolución y el cardenismo hicieron del maestro rural un agente activo en el combate de las injusticias que el nuevo régimen prometía reparar.

Ya muy entrado el siglo XX, el maestro ha ido perdiendo el protagonismo cultural y el prestigio social que tuvo en otras épocas, al menos desde la perspectiva de las clases en el poder. Lenta pero inexorablemente se ha trabajado desde arriba para que su imagen se asocie a la del vándalo, poco menos que ignorante, renuente a cualquier modernización educativa. Ahí, en la frontera con los parias, es donde los gobiernos federales, la corrupción sindical y los medios de comunicación se han esmerado en colocar la imagen del maestro. Y ante esa imagen —más que una visión en la pantalla, una representación social— palidecen las más profundas causas del rezago educativo nacional. El estado aprovecha la cortina de humo para evadir responsabilidades, pues lo importante es que la opinión pública crea que todo es culpa del maestro.

Es claro que la función social del maestro siempre ha estado sujeta a los vaivenes de la política, pues lo que se espera tanto de la educación como del magisterio no siempre es lo mismo. No está de más recordar que la educación es un proceso social, en el que interactúan los intereses de las familias, del estado y del propio magisterio. Por eso mismo, hacen muy mal el gobierno y el duopolio televisivo en lanzar un linchamiento mediático que sólo denigra y deteriora la imagen de los maestros ante la sociedad. ¿Así cómo van a ser ejemplares los maestros? ¿Cómo van a ser respetados por niños y padres de familia? ¿Quién va a querer ser maestro? ¿Quiénes van a ser los agentes de la tan anunciada modernización educativa? ¿Esos mismos maestros a los que se les regatean sus conquistas laborales, se les pagan magros sueldos y se les trata como una pandilla de indeseables?

A la grotesca caricatura que se ha tejido en torno a ellos habría que contraponer la idea de que los maestros no son ni héroes ni villanos; son un sector social por comprender, cuyas realidades cotidianas en las aulas merecen ser escuchadas y analizadas. Además, habría que mirar hacia sus interlocutores con un ojo igual de crítico y preguntarse qué tan reformista es la reforma educativa, qué innovaciones pedagógicas introduce, con qué recursos, a quién beneficia y a quién perjudica. No permitamos que las vociferaciones provenientes del televisor nos desvíen de lo importante. (Kenya Bello) (Fuente)